Desde los años 60, Suba era un territorio de encuentros comunitarios donde los vecinos se reunían en novenas y rituales religiosos, transmutando esas dinámicas en actos teatrales espontáneos que hablaban del campo, la solidaridad y lo popular. Aquellas representaciones rurales—a veces improvisadas, siempre colectivas—eran los primeros temblores de una escena escénica que más tarde encontraría estructura y voz propia.
En 1976, aquellos primeros brotes de teatro comunitario en la periferia coincidieron con el nacimiento del Teatro Libélula Dorada en Chapinero, fundado por los hermanos César e Iván Álvarez. Aunque su foco eran los títeres, su ética y poética—la libertad, la imaginación, la metamorfosis—resonaban con fuerza en esas orillas suburbanas que también buscaban reescribir su relato desde la cultura.
Moviendo obstinados los hilos del teatro, la Libélula Dorada logró consolidarse con espacio propio en 1995, donde a través de festivales como Manuelucho y ciclos de blues y jazz, ampliaron el imaginario cultural de Bogotá. Paralelamente, en Suba se tejía otra trama: en 1997 se fundaba la Casa de la Cultura local, comenzando un taller permanente de teatro que empoderó a generaciones de creadores barriales con sus propias ficciones, mezclando lo urbano y lo ancestral.
El vínculo entre ambos universos sigue siendo simbólico. Suba construyó el Centro Cultural Biblioteca Julio Mario Santo Domingo en 2010 con teatro-estudio, y se convirtió en sede de festivales descentralizados como el Festival de Suba y Usaquén, que trajo culturas diversas a los barrios: teatro, danza, títeres. A su vez, La Libélula Dorada amplió su acción hacia las periferias, enviando títeres y talleres a escuelas y espacios comunitarios, replicando esa vocación de multiplicar la libertad creativa.
Hoy, subversivamente, Suba y La Libélula coexisten como polos de una misma constelación cultural: uno nutrido por tradición popular y construcción colectiva, el otro por poética escénica y gestión autónoma. El verdadero reto político-cultural surge cuando sus esfuerzos convergen: la formación de públicos, la circulación de obras, los círculos de creación. Imagino un festival de títeres en Fontanar, con La Libélula llevando “Isla Acracia” y creadores subanos respondiendo con obra comunitaria, tejido viviente entre periferias y centro.
En este cruce de trayectorias, Suba aporta memoria colectiva, prácticas organizativas y habla barrial; La Libélula nos ofrece metodología, pedagogía teatral de la imaginación y visibilidad metropolitana. Su relación ya no es solo geográfica, sino estratégica: dos alas que han volado juntas, sosteniendo un teatro que es puente, resistencia y reimaginación social que nos recuerda que somos utopía.
Recientemente se ha denunciado que la construcción de la nueva Casa de la Cultura de Suba debía entregarse en julio de 2024, pero apenas tiene un 51 % de avance. El contrato original de $1.700 millones ya recibió una adición de $700 millones debido a obras no previstas inicialmente. La concejal Diana Diago denunció retrasos, sobrecostos y falta de control por parte del alcalde local. Exigió intervención de entes de control para garantizar el cumplimiento del proyecto y proteger los recursos públicos. Fuente: El Espectador (marzo 2025).