Entre la memoria y la esperanza
La transición energética que propone el presidente Gustavo Petro no solo es un proceso técnico y político, sino también un viaje simbólico hacia la justicia social, la sostenibilidad y la equidad. Mientras las luces se apagaban en marzo de 1992 a diario en mi ciudad natal, Pamplona, y el ruido habitual de la Casa de Mercado Cubierto se disolvía en un silencio profundo, el país estaba marcado por la crisis energética más grande de su historia. En ese contexto de oscuridad, el sueño de un futuro iluminado por energías limpias, como el que el Manual de la Transición Energética Justa presenta hoy, surge como una esperanza distante pero esencial para la juventud.

Un pasado de sombras y apagones
En 1992, viví los días más largos de mi infancia. Cada tarde, tras las horas de colegio y entrenamientos de voleibol, las velas se encendían en casa, y con ellas, las sombras que invadían cada rincón de nuestra existencia. La crisis energética de la época era palpable: la luz desaparecía a menudo, y en su lugar quedaba la calma ominosa que solo el silencio del apagón puede ofrecer. No había televisión, ni música, ni siquiera el ruido familiar de las conversaciones cotidianas. Las conversaciones sobre la escasez de carbón, leña y gas se extendían más allá de las puertas de mi casa, y el miedo a que las luces no regresaran se convertía en parte de nuestra rutina.
Para nosotros, los adolescentes de entonces, la oscuridad era más que un fenómeno natural; era la manifestación de una crisis política y económica que parecía no tener fin. Los discursos sobre la electrificación del país y la lucha por encontrar soluciones parecían lejanas, a pesar de que la vida cotidiana dependía de ellas. Hoy, con la propuesta y avance de proyectos público privados de una transición energética hacia energías renovables, me doy cuenta de que esa oscuridad fue el catalizador de un despertar que no solo fue físico, sino también de pensamiento e ideologías.
El futuro de la juventud y la transición energética
Petro ha propuesto un cambio radical, uno que, si bien no promete un botón mágico que apague el pasado, sí ofrece un camino hacia un futuro más justo y sostenible. En su visión de transición energética, la juventud juega un papel central: no como observadora, sino como protagonista activa de la transformación. En un país como Colombia, donde la crisis energética de los noventa dejó huellas profundas, la idea de un futuro sin dependencia del carbón ni del petróleo parece una promesa urgente. Los jóvenes no solo heredarán los efectos del cambio climático, sino que también tendrán el poder de cambiar la historia que el sistema actual les ha dictado.
La transición energética que propone el Plan Nacional de Desarrollo no es solo una cuestión técnica, sino también una cuestión de justicia social. La propuesta de generar energía limpia y accesible para todos, desde las zonas rurales hasta las ciudades, resuena profundamente con mi experiencia. Durante mi adolescencia, cuando la electricidad era un lujo escaso y las alternativas eran pocas, soñaba con una solución, con una forma de que las generaciones futuras pudieran vivir sin el peso de la oscuridad constante. Hoy, esa solución está al alcance: el sol, el viento y el agua, fuentes que fueron invisibles durante nuestra infancia, pueden ser los protagonistas del futuro.
Formación y emprendimiento: El empoderamiento de la juventud
El actual gobierno ha enfatizado que la juventud debe formarse en nuevas tecnologías y ser impulsora del cambio. En mi tiempo, la educación en energías renovables era inexistente, y el acceso a libros y recursos sobre el futuro de la energía parecía tan lejano como la luz al final de un apagón. Ahora, la propuesta de invertir en la formación de los jóvenes en campos como la energía solar, eólica y geotérmica ofrece una ventana de esperanza. Los jóvenes colombianos tienen el poder de innovar y generar soluciones locales que, al igual que las velas en mi casa, iluminen las zonas más oscuras del país.
La creación de emprendimientos sostenibles, que promueva proyectos de energías renovables y eficiencia energética, también es una oportunidad clara para aquellos que desean no solo estudiar, sino transformar el entorno. Las experiencias de mi adolescencia, donde la escasez de recursos forzaba a las familias a improvisar, se podrían convertir en la base de una nueva economía verde, liderada por los jóvenes, que aproveche los recursos locales de forma inteligente y limpia.
Un futuro de participación y justicia climática
La propuesta para la transición energética también destaca la importancia de que los jóvenes participen activamente en las decisiones políticas que definirán el futuro energético del país. Durante mi adolescencia, la sensación de estar atrapada en un ciclo de oscuridad y desconcierto también venía de no tener voz en las decisiones que afectaban mi vida diaria. Las noticias de paros, de luchas por los derechos laborales y por la justicia social, se sumaban al sentimiento de impotencia. Hoy, con la propuesta de que los jóvenes se conviertan en actores políticos en la construcción de una Colombia sostenible, veo una oportunidad para que las nuevas generaciones no solo sean beneficiarias, sino también las que diseñen el futuro.
La participación juvenil en la toma de decisiones políticas sobre el modelo energético, en la creación de políticas de eficiencia y sostenibilidad, es una manera directa de garantizar que la transición energética sea inclusiva y justa. No se trata solo de implementar tecnología, sino de garantizar que las voces de aquellos que más sufrirán las consecuencias del cambio climático sean escuchadas y consideradas en cada paso del camino.
Colombia, un país marcado por el dolor y la violencia, ha vivido una historia de sombras. Los versos de la memoria, grabados en las cicatrices de su gente, hablan de un pasado fracturado, de territorios destrozados por la guerra. A pesar de este sufrimiento, la poesía de la vida se reescribe, con la promesa de un futuro transformador: la transición energética.
La propuesta apuesta por energías renovables, no es solo un cambio hacia fuentes más limpias, sino un acto simbólico de esperanza. En una nación herida por la violencia de los grupos armados, la transición se convierte en un nuevo verso, escrito por una juventud que, desde la adversidad, tiene la oportunidad de transformar su presente y su futuro, iluminando el país con luz renovable y paz.
El arte ha sido siempre resistencia en Colombia, y en este proceso de transformación energética, sigue siendo clave. Los territorios golpeados por el conflicto, hoy pueden ser los lienzos de una nueva era, donde la cultura y la energía limpia se entrelazan. Sin embargo, la violencia continúa siendo una sombra que amenaza la promesa de esta transición. Los grupos armados, que han explotado los recursos naturales, buscan mantener su control sobre las regiones clave para los proyectos de energía renovable.
El desafío es grande, pero la lucha por la paz y la justicia social es un acto de resistencia. La creación de proyectos sostenibles en estos territorios no solo busca la justicia energética, sino también la restauración de la memoria y la identidad de las comunidades. La transición energética se convierte así en una batalla cultural, por la paz y por un futuro donde la energía y la cultura se unan para iluminar el país.



De la oscuridad al renacimiento energético
La transición energética que se propone no es solo una cuestión de cambiar de fuentes de energía; es un proceso que transforma la sociedad, la política y la economía, y que ofrece una oportunidad única para la juventud. De la misma manera fui testigo de la crisis, de la oscuridad, de los apagones de los noventa, hoy los jóvenes tienen la oportunidad de ser testigos del renacimiento energético de Colombia.
No solo se busca un cambio en la matriz energética de Colombia, sino también la reparación de las heridas causadas por la violencia. En este contexto, los jóvenes se convierten en los nuevos poetas, con la capacidad de escribir un futuro lleno de esperanza, en el que la energía limpia y la cultura sean las protagonistas. La luz de la transición no es solo eléctrica, sino también un faro de paz, justicia y reconciliación para una Colombia que, finalmente, puede dejar atrás las sombras del conflicto.
El futuro está lleno de posibilidades para aquellos que, como yo, alguna vez vieron el resplandor de una vela como la única fuente de esperanza en la oscuridad y que hoy continúan así muchos municipios y escuelas. Con la energía solar, el viento y el agua, los jóvenes colombianos pueden iluminar el país, no solo en términos de luz eléctrica, sino también con la fuerza de sus ideas, su participación y su compromiso con un futuro más justo, sostenible y libre de las sombras del pasado.