Cuatro vientos como testigos

Libro Por las sendas de El Ubérrimo

Era uno de esos atardeceres bogotanos que funden la ciudad con la historia. Nos encontramos en el Parque de los Periodistas, junto al templete de Bolívar. Alfonso Carvajal, con cámara en mano, intentaba atrapar con su lente la convergencia emblemática de los Cuatro Vientos, entre los cerros Monserrate y Guadalupe iluminados por la luz dorada. Fue allí, entre clics y murmullos de viento, que nuestras voces se entrelazaron en temas que resuenan con urgencia en el pulso del país.

Carvajal, siempre mesurado, ponderaba la tensión entre la aspiración por justicia social y las resistencias de la tradición política en Colombia. Desde su mirada de periodista y editor, celebraba cada avance en políticas de bienestar, pero no dejaba de señalar los vacíos comunicativos que generan analfabetismo político. Para él, ese Plan Nacional de Desarrollo es una apuesta histórica, una oportunidad para reconstruir el pacto social desde la palabra —aunque, enfatizaba, algo que compartimos, este impulso se preserva con fuerza y comunicación.

Entre nuestras reflexiones también surgió el tema del libro A las puertas del Ubérrimo, de Iván Cepeda y Alirio Uribe, publicado en 2014 por Ediciones B, tercera edición. La obra revisita la finca “El Ubérrimo” —propiedad de Uribe— en el epicentro del paramilitarismo, lo que sugiere que aquellos hechos no fueron ajenos al entonces presidente. Para Carvajal, el libro es un documento imprescindible: memoria activa que obliga a mirar el pasado sin pacto de silencio, desde la escritura y el periodismo con coraje.

La mirada editorial de Alfonso Carvajal y las entrañas del poder

Como editor y periodista cultural, la labor de Alfonso encarna el puente entre escritura, memoria y política. Alfonso Carvajal reivindica la historia desde los márgenes: la memoria no es solo recuerdo, sino un acto político que reinterpreta el presente.

Cuando se investigan las entrañas del poder, en Colombia dicen que todos los caminos del narcotráfico conducen a las sendas de El Ubérrimo.

“No es posible estar dentro de una piscina y no mojarse.” Esta metáfora inicial tomada del argumento del magistrado del Tribunal de Justicia y Paz Rubén Darío Pinilla, es la clave que el lector debe llevar consigo al adentrarse en el libro. No hay neutralidad posible cuando el epicentro del poder y el conflicto late en un mismo sitio: la finca El Ubérrimo.

Por las sendas de El Ubérrimo, no inicia en la política formal, sino en el territorio. El espacio físico se convierte en personaje: la finca, el terreno amortiguador entre lo público y lo privado, entre el Estado y lo clandestino. Su extensión, de más de 1.300 hectáreas según Cepeda y Uribe, desafía la percepción ciudadana del poder concentrado: “61 predios que suman 1.311,2 hectáreas”. Es allí donde se entrelazan la ganadería, las decisiones políticas y el narcopoder.

Los autores no se limitan a narrar hechos; reconstruyen un rompecabezas histórico colectivo. El libro es producto de años de control político, entrevistas con desmovilizados y examen de documentación jurídica y periodística. Esta estrategia de testimonios forjados contra en el fuego de la memoria transforma la crónica en un ensayo-polémica con dimensiones criminológicas y morales.

A diferencia de la obra anterior: A las puertas de El Ubérrimo, que planteaba preguntas sin señalar culpables, aquí el señalamiento es frontal: ya no se observa desde fuera; se cuestiona si el expresidente Uribe fue actor o simplemente espectador. El ensayo no busca condenar basado en credo, sino sobre evidencia, en el cruce cuidadoso de datos y declaraciones.

En un país con una memoria colectiva fragmentada, el ensayo de Cepeda y Uribe dialoga con esa tradición: no busca la objetividad total, sino evidenciar desde lo emocional, ético e histórico.

A través de la escritura y el trabajo editorial, este tipo de ensayos transforman el lenguaje político en materia viva, cargada de emoción auténtica que conmueve sin manipular, se crean espacios autónomos para una cultura crítica que desafía el monopolio mediático. Cada texto de estas dimensiones son un gesto ético‑político, una defensa de la justicia social y una invitación para que el lector comprenda el país con profundidad e independencia.

Y mientras los cerros reposaban en penumbra, comprendí que editores como Alfonso —con sus palabras y su cámara— no son meros cronistas, sino pilares esenciales de una cultura que desafía el silencio institucional. En su trinchera creativa, se vuelve evidente que la edición no es una tarea técnica, sino un acto de resistencia frente al desgobierno de la indiferencia.

Donde otros ceden al cálculo mercantil, él restaura la literatura como espacio comunitario y político. Ese editor de mirada atenta no solo captura memorias marginales; las reconstruye como instrumentos de indignación y emancipación colectiva. Su gesto editorial no termina bajo los focos: late en el repliegue oscuro de lo cotidiano, convocando a ese lector activo y consciente que la dominación mediática insiste en silenciar. Así, cada silencio es contestado por su voz, y cada línea publicada se transforma en una chispa colectiva que exige justicia.

Nos espera la luz al final del túnel: el impulso histórico hacia una presidencia en el 2026 que administre a Colombia desde la justicia social, articulando su futuro cumpliendo según las cifras, leyes, libros y juicios.Esa tarde encapsuló algo mayor: en medio del parque y los cerros, la convergencia del paisaje y la conversación nos devolvió al corazón de nuestra responsabilidad colectiva. Si existe un desafío para Colombia —más grave que el analfabetismo funcional— es el analfabetismo político.

Registro por Dayana Pabón

Fotos tomadas por Dayana Pabón

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