Recuerdos de un Tiempo Revolucionario: Experiencia en la Guerrilla de las FARC, Años 60’s
Ilustración: Flora Amarilla
A finales de los años 50’s, Colombia estaba inmersa en un clima político y social provocado por la guerra bipartidista y magnicidio de Jorge Eliezer Gaitán. En se contexto se crearon las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-1964). A continuación, la memoria de un joven que se ve envuelto en este conflicto en la región del Tolima, su decisión de incorporarse a la guerrilla impulsada por la pérdida de su familia y hogar, lo llevan a buscar justicia social, el anhelo de luchar y encontrar una respuesta al conflicto que asolaba su nación.
Testimonio anónimo
Mis primeros días en la guerrilla fueron duros, era un joven sin escuela, solo sabía arar la tierra y cuidar las gallinas, tenía 11 años cuando grupos armados empezaron a llegar a casa, cada vez iban más a exigir comida y hospedaje, mi padre no tenía otra opción que ceder a sus exigencias.
A los meses, llegó un grupo del ejercito a culparnos por alimentar a la guerrilla, decían que estábamos en contra de las causas de la patria, se llevaron a mi familia y yo quedé solo con mi mamá en la finca, ella falleció al año del secuestro de papá. El ejército me daba miedo y decidí ceder a las guerrillas, al cabo del tiempo me encontré sumergido en un mundo de tácticas militares, ideología política y sacrificio. Aprendí a disparar el rifle y a mirar a la muerte a los ojos, comíamos muy mal, pero poco a poco me fui convenciendo del ensueño de un mundo mejor desde las armas, teníamos ventajas porque el ejército no conocía la zona rural donde estábamos camuflados, eso me hacía sentir tranquilo, pero con los años llegó el tema de los monocultivos para financiar nuestra lucha y empecé a tener dudas sobre mi labor como revolucionario, sin embargo, las cosas en la ciudad no estaban mejor.
Cuando cumplí 22 años, se empezaba a abordar el tema de tratados de paz y negociaciones con el gobierno, sin embargo, la idea de retornar a la vida civil era lejana para mí, pues no se puede retornar de donde nunca se ha sido, no comprendía la vida en la ciudad, además, la negociación consistía en la desmovilización sin tener en cuenta nuestras exigencias sociales como grupo
organizado, pensábamos más en la politización del conflicto, espacios de participación donde escucharan nuestra narrativa de vida y pudiéramos tener voz en las decisiones de gobierno. No resultó, no había coincidencias en la visión que teníamos como país y la propuesta de la casa de Nariño.
Crecer en este país
es crecer con la conciencia apuñalada,
es sentir al viento cargar con la guerra de
nuestros padres y abuelos ,
pero hoy, hoy es nuestra guerra,
hoy nos apropiamos de esa guerra
y la poesía será nuestra capucha
y estos acordes menores que se cruzan
serán las bombas molotov
con las que estallaremos la mentira de la patria.
Multitudes de obreros
entumecidos en las aceras de una ciudad
luchando por las tristes comisuras de su infancia,
convirtieron estas calles en Sodoma
y a sus desaparecidos guerreros
en largas y plácidas leyendas,
aún, se escuchan los ecos de sus voces
exigiendo por un compromiso tácito que dice:
No queremos más guerras
no queremos más armas
lo que tenemos
es hambre.
Sebastián Pinto
64 años después, si bien, se han adelantado rutas para encontrar la paz, las víctimas que han pagado el precio son incontables, nombres sepultados en la tierra, voces viajando por el río, en Colombia, no hay como escapar de la muerte, hacía dondeuno mire se llaman cementerio. Es nuestro trabajo despojar el dolor de estas tierras, sembrar nuevas costumbres, dignificar el arado; alivianar la responzabilidad a »el país del divino niño» pues, es mucha carga para un niño, la construcción de la esperanza nos compete a todxs.