Diplomacia con raíces



Hace unos días, exactamente el 15 de octubre me encontré con Luis Gilberto Murillo en la imponente Plaza Bolívar de Bogotá, mientras él iniciaba un volanteo en la campaña para su aspiración presidencial. En medio de ese encuentro espontáneo, se desarrollaba una actividad en homenaje al oficio de las parteras tradicionales —un reconocimiento que este año adquiere simbolismo especial, pues en Colombia en julio se celebró en Cali la Cumbre Mundial de Parteras Tradicionales – Unidas por la Vida.

El 24 de octubre escuché el podcast del programa “En la raya”, una entrevista que Murillo concedió a la periodista Cecilia Orozco Tascón, en el cual se hace evidente que la tensión diplomática entre Colombia y los Estados Unidos se encuentra en un punto crítico: más allá de los titulares, están en juego intereses estratégicos, de migración, seguridad y cooperación hemisférica. Murillo, con su experiencia como embajador en Washington y excanciller, se presenta como interlocutor clave.

Desde el inicio, Murillo subraya que la relación bilateral no puede abordarse con la ligereza de declaraciones públicas o gestos simbólicos.

“Lo que se requiere es mucha prudencia… fortalecer y mantener la interlocución a través de los canales diplomáticos, nunca perderla.”
Ese planteamiento lo ancla en la realidad: Colombia enfrenta una asimetría de poder frente a EE.UU., por lo que cualquier acción impulsiva puede tener consecuencias graves.
“La dignidad colombiana se tiene que mantener… pero no podemos permitir que unas apreciaciones cierren la ventana, porque es muy costoso para un país tan pequeño con la simetría de poder que hay.”

Otro tema central es la instrumentalización de la política exterior por agendas domésticas. Murillo advierte que cuando la diplomacia se convierte en ariete de campañas electorales, se debilita la posición del país.

“Es totalmente inconveniente que se utilice el escenario de Washington para propósitos políticos electorales a nivel… en Colombia.”

La conversación también toca aspectos de inclusión y justicia social. Murillo señala que la diplomacia no es solo cuestión de Estado, sino que puede abrir espacios para comunidades históricamente olvidadas — afrocolombianas, indígenas, campesinas.

“La voz de los movimientos de derechos humanos, de justicia ambiental, de justicia social —grupos también afrocolombianos, indígenas, campesinos— pudieron ponerse en el diálogo de la conversación de Colombia allá.”

Ese discurso conecta con el homenaje al oficio de las parteras que presencié en la Plaza Bolívar: un símbolo tangible de que el reconocimiento de saberes territoriales puede formar parte de una visión diplomática más amplia.

El punto más agudo de la entrevista aparece cuando Murillo aborda la posibilidad de una escalada del conflicto: admite que, frente a los actuales modelos de tensión global, “es posible” que la crisis llegue a niveles extremos.

“La única ruta que hay hoy es el espacio diplomático… Si continúan los discursos de medios y redes, no avanzamos.”

Su insistencia es clara: Colombia debe actuar con cabeza fría, construir puentes más que muros, convocar a un consenso interno que le permita operar con solidez en el exterior.

“La diplomacia de la responsabilidad no puede transformarse en la diplomacia de la provocación.”

Al cerrar la charla, Murillo lanza un llamado para que Colombia defina un mínimo de acuerdo nacional en política exterior — un pacto silencioso pero firme, que no dependa del temperamento de los mandatarios del momento. Y lo hace justo el día en que el país visibiliza el año del patrimonio de las parteras, como si esa reafirmación de la cultura, del saber ancestral, fuese el complemento simbólico de su propuesta: un Estado que reconoce al margen, que diplomáticamente actúa con los olvidados, y que proyecta al mundo una Colombia que sabe de respeto, estrategia y vulnerabilidad.

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