Diana Carolina Daza. Bogotá 1980. Poeta, promotora cultural y editora del sello Piedra de toque. Ha publicado los libros: El abrazo de los días grises, El nacimiento de la Gargoleana y El azul de las cosas. Intérprete del dúo Pelo e’ gato. Actualmente trabaja como tallerista de literatura para niños, niñas y joves con el programa Crea de Idartes.
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Revelaciones al cerrar la puerta
Ahora que los dibujos de los niños
son cometas que abrazan
pienso en el peso de la noche,
si estuvieras aquí
esperándome
con tu pijama de súper héroe
para hablar de cosas imposibles.
Sí, al dormirte
me robaría tu olor a aserrín de lápiz
y jabón de almendra
sí, excavarías mi mochila buscando dulces
sí, cantaríamos en la ducha,
sí, al cruzar la plaza Bolívar
me preguntarías por la enfermedad de las palomas
y por qué el niño del noticiero
se quedó dormido en la orilla del mar.
No sé si tendré respuestas
sí, cargaré tu risa
calmaré tu rabia
o simplemente
nos encontremos en un sueño
para jugar a las escondidas
y nunca me encuentres
y yo te olvide.
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Fidelina
Obrera de la tierra
partera de becerros y cosechas de fruta
dama de hierro fundido en néctar de flores
y leche
perfume de hierba y leña.
Cargas en el vientre
las heridas de los hijos enfermos
los hijos que no volvieron
los hijos de los hijos que no engendraste
pero vieron la luz en tus manos.
Tú, un nombre
escrito con sudor en los árboles
es la huella del trabajo de la mujer en el campo
heroína invisible de los pueblos.
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Fiesta de muñecas
Hay muñecas de madera
que crujen cuando suena un tango
muñecas de trapo que cosen ventanas
muñecas nostalgia de marimba
tabaco de tristeza
muñecas terciopelo de montaña
que desatan nudos
para bordar jardines de espejos.
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No importa el material del que están hechas
al caer de la repisa
pierden brazos
piernas
ojos
valentía
y así, con la mano que les queda
alzan la copa y cantan en grupo
cuando el temblor esconde su gesto de victoria.
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Es derecho de las muñecas caerse
quebrarse
liberarse de la incómoda costumbre
de la forma correcta.
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Diane Arbus
He venido a hablarte de la admiración que sentí al entrar en el cuarto oscuro donde revelaste la belleza de los desterrados del sol, y termino entregándote el retrato de una mujer mutilada por su propia mano. No me lo estás preguntando, nadie lo pregunta, pero este estado de infertilidad en las palabras es miserable.
Sin que mis páginas florezcan, insisto en escribir, pero solo una pesada capa de musgo, que cambia de verde a gris, de gris a negro, se extiende sobre ellas. Mis palabras no han alcanzado a ser más que leña verde, fetos de pájaros y tigres y cometas sumergidos en frascos con formol, puestos sobre la repisa de los intentos fallidos.