De Pingos y De Toches

«Se desviste un santo para vestir a otro»

La división de los Santanderes en 1857, bajo el centralismo colombiano, no solo fue un proceso administrativo, sino también una manifestación de la lucha por el control del poder. La separación del Gran Santander en dos departamentos, Santander y Norte de Santander, refleja una estrategia histórica del Estado central para fragmentar la resistencia popular, debilitando así las posibles unidades de lucha ante el poder central. Esta fragmentación no fue más que un proceso de desvestir un santo para vestir a otro, como bien lo expresa la expresión popular colombiana. Esto muestra cómo la reconfiguración territorial, lejos de otorgar autonomía, simplemente desplazó el poder central a un nuevo nivel, sin lograr una verdadera descentralización que beneficiara a las comunidades.

El retorno a un estado divisor:

En este contexto, el pensamiento anarquista de Biófilo Panclasta y su crítica al centralismo cobran relevancia. Panclasta veía el centralismo como una herramienta para dividir y debilitar las regiones, impidiendo que pudieran resistir de forma unificada. Al igual que el Gran Santander fue fragmentado, Colombia, a través de su historia, ha mantenido una estructura de control territorial que ha marginado a las regiones periféricas. En su visión, la autonomía regional no solo era deseable, sino esencial para la liberación de los pueblos. De hecho, este pensamiento resuena con la forma en que las regiones de Colombia, incluida la de los Santanderes, han mantenido una lucha constante contra el control central.

El desafío de la autonomía regional y el lenguaje como herramienta de liberación:

El pensamiento anarquista de Panclasta, que aboga por la autogestión de las comunidades y la destrucción del poder central, encuentra un eco profundo en las luchas lingüísticas que se dan en las regiones. Los modismos y las expresiones que emplean las comunidades del interior del país, como los Santanderes, son una manifestación de autonomía, que desafían las estructuras de poder del Estado central. El lenguaje en estos contextos se convierte no solo en una forma de comunicación, sino en un acto de resistencia política y cultural.

El análisis lingüístico de los modismos en Colombia y, en particular, en los Santanderes, permite entender mejor las tensiones entre el poder central y las identidades regionales. Los modismos no solo son expresiones idiomáticas; son formas de resistencia cultural que reflejan las desigualdades sociales, las luchas por la autonomía regional y las formas de poder locales. En este contexto, el lenguaje se presenta como una herramienta de resistencia ante un sistema centralista que busca homogeneizar y controlar, mientras las regiones, como los Santanderes, mantienen viva su identidad a través de sus propias voces y modos de hablar.

Comprender la historia de los Santanderes es entender que los «toches», en todas sus formas, representan mucho más que un término coloquial o una simple especie de ave. Son la expresión de una identidad que ha sido combatida, pero nunca vencida. La resignificación de este término debería ir más allá de la ironía y transformarse en una reivindicación activa de la historia, la cultura y la autodeterminación de una región que ha sido fundamental en la construcción de Colombia, aunque el poder central insista en negarlo.

El toche amarillo (Icterus nigrogularis), ave característica de la región, es una metáfora de esta lucha entre lo impuesto y lo propio. Como parte de la biodiversidad de los Santanderes, su presencia es un recordatorio de la riqueza natural que ha sido explotada y saqueada desde la colonia hasta la actualidad. Mientras que el centralismo bogotano y las élites económicas han extraído recursos de la región sin retribuir a sus habitantes, la imagen del toche se mantiene como un símbolo de arraigo y resistencia natural ante la depredación económica.

La relación entre lenguaje y naturaleza en este caso es reveladora: tanto el modismo como el ave han sido utilizados para marcar una diferencia entre el centro y la periferia, entre el poder y la resistencia. Mientras el término «toches» busca descalificar lo local, la existencia del toche amarillo nos recuerda que la identidad regional no solo persiste, sino que se erige como una fuerza política y cultural que desafía la imposición de modelos ajenos.

Modismos e identidad regional, un reflejo del poder local y las luchas sociales:

Uno de los aspectos más reveladores del análisis lingüístico crítico en el contexto de los Santanderes y el poder regional es el uso de modismos como expresión de identidad y resistencia cultural. El lenguaje, lejos de ser un simple medio de comunicación, se convierte en una herramienta para expresar y preservar las particularidades locales. Los modismos en Colombia reflejan tanto las luchas sociales como las distinciones de clase y poder.

Por ejemplo, en los Santanderes, como en otras regiones, expresiones como “matar la liga” (hacer algo que parece importante pero no lo es) o “mamar gallo” (hacer una broma) no son sólo giros coloquiales; son símbolos de resistencia ante una narrativa centralista que tiende a homogeneizar las voces del país. Estos modismos no solo representan una identidad local, sino que actúan como código de resistencia, un recordatorio de las luchas y diferencias históricas entre las regiones y el poder central. La forma de hablar en los Santanderes refleja un rechazo al control político y económico que se ejerce desde Bogotá.

El lenguaje como resistencia al centralismo:

El uso de modismos en Latinoamérica no solo refleja una forma particular de hablar, sino que también actúa como un medio de resistencia cultural frente a las presiones uniformadoras de los centros urbanos. En Santander, Colombia, por ejemplo, el término «pingo» tiene un significado profundamente simbólico. Más allá de referirse a un tipo de caballo, «pingo» se asocia con la fuerza, la resistencia y la perseverancia, cualidades que los santandereanos consideran propias de su identidad. Los caballos «pingos» son conocidos por su robustez y capacidad para superar las dificultades, lo que se refleja en la gente de la región: trabajadores y decididos a enfrentar las adversidades, tanto en su vida cotidiana como en el trabajo. Así, «pingo» se convierte en un símbolo de resistencia cultural y de afirmación de la autonomía frente a las élites urbanas, que a menudo intentan homogeneizar las identidades regionales. Al utilizar esta palabra, los santandereanos reivindican su identidad local y rechazan la visión centralista que busca desvalorizarlas.

Este uso de «pingo» no se limita solo a Colombia. En otras partes de Latinoamérica, el modismo también se emplea para resaltar características de fortaleza y resistencia, aunque su interpretación varía según el contexto. En Argentina, por ejemplo, «pingo» puede referirse a un caballo joven y ágil, pero también se usa de manera figurada para describir a una persona fuerte o capaz, que sobresale por su energía o habilidad. En algunas situaciones, «pingo» se usa de forma irónica o despectiva, pero su uso predominante sigue siendo el de resaltar la capacidad y la fuerza.

En Chile, el término mantiene la connotación de algo o alguien fuerte y robusto, especialmente en el ámbito rural, donde se utiliza para referirse a caballos de buena calidad. En algunas regiones del norte de México, «pingo» se utiliza de manera coloquial para describir animales de buena calidad, como caballos o ganado, y sigue transmitiendo esa idea de fortaleza y resistencia, apreciada en las comunidades rurales.

 

Este fenómeno de resistencia lingüística no se limita a Santander, sino que se extiende por toda Latinoamérica. En México, por ejemplo, modismos como “chido” o “pistear” son formas de identidad que desafían las expresiones más urbanas o «fresas» de la Ciudad de México. En Argentina, el uso de términos como “laburar” en el interior o “choripán” en las provincias desafía la hegemonía de Buenos Aires, mientras que en Chile, modismos como «cachai» o «po» en el sur refuerzan una identidad regional frente a la capital, Santiago.

A través de estos modismos, las regiones de Latinoamérica no solo defienden su forma de hablar, sino también su visión del mundo, su historia y su cultura. El lenguaje, por tanto, se convierte en una herramienta crucial para preservar las identidades locales, resistir la homogeneización y afirmar la autonomía frente a las estructuras de poder que han intentado suprimir las voces periféricas. Estos modismos, como el «pingo», son mucho más que simples palabras; son una expresión viva de lucha y afirmación de identidad.

 

Lenguaje en las élites criminales:

Sin embargo, existe una contraposición interesante en cómo las élites, en particular aquellas vinculadas a prácticas criminales como el narcotráfico, la parapolítica o la corrupción, han experimentado un empobrecimiento lingüístico. Este fenómeno no se refiere a la simple pobreza en la riqueza de vocabulario, sino a la decadencia moral reflejada en la manipulación y evasión del lenguaje como herramienta de poder. Las élites locales, como los miembros del Clan Aguilar en los Santanderes o los clanes en otras regiones del país, han adoptado un lenguaje vago, ambiguo y desprovisto de principios que evita la confrontación con las realidades sociales y políticas.

Los miembros de estos grupos políticos, involucrados en actividades criminales, hacen uso de un lenguaje manipulado que oculta la verdad y niega las injusticias sociales. En lugar de discutir abiertamente las desigualdades estructurales y las violaciones de derechos humanos, el discurso de estas élites se reduce a promesas vacías, justificaciones retóricas y excusas para el crimen. Esta pobreza lingüística refleja la falta de autenticidad moral de un poder que perpetúa la violencia y la corrupción. Así, el lenguaje se convierte en un instrumento de deshumanización que oculta las motivaciones criminales, desvinculando a las élites de la realidad de las comunidades que son víctimas de su abuso.

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