Afranio Parra —alias “Jaguar”— Heredero del Sancocho Nacional

Eran las cinco de la tarde del jueves 17 de julio de 2025 cuando uno de los salones del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación comenzó a colmarse de rostros cargados de emoción.

Las luces suaves jugueteaban en las placas de tapia que guardan historias del conflicto colombiano — ese lugar que ha acogido voces, exilios y reconciliaciones en el corazón de Bogotá.

Vecinos del Líbano, excompañeros de prisión en La Picota, antiguas y antiguos líderes distritales amigas y amigos de la época del sancocho conspirador se dieron cita.

Quienes lo conocieron en el campamento, en Ciudad Bolívar o en la cárcel contaron cómo ese afecto inquebrantable —la resistencia con ternura— forjó un sentido comunitario en momentos de opresión.

El diálogo fluyó entre la genealogía del sentimiento, el combate armado y el compromiso cultural, celebrando en un abrazo profundo al intelectual, poeta, líder cultural y militante comprometido con la transformación social, considerado símbolo del M‑19 por su pensamiento y militancia simbólica.

La aparición de la crónica de Carolina Rueda en el libro Dos estancias literarias de verde inmenso, editado por la Biblioteca Libanense de Cultura, del municipio de El Líbano (Tolima) junto a sus curadores Juan Manuel y Celedonio Orjuela Duarte, compartida con Giovvani Parra, hijo del homenajeado, confirma la consolidación de esta región como foco literario y cultural en Colombia.

El hecho de que la crónica aparezca en una antología libanense destaca el nexo con su tierra natal, subrayando cómo la memoria de Afranio resuena desde ese territorio literario que también vio su infancia y formación.

Carolina Rueda narra a un Afranio Parra restaurado por el afecto: “cantas boleros, pintas cuadros, escapas por tejados” después de haber sido “asesinado cinco veces”.

Esa misma figura humana, que se refugiaba entre mujeres y niños de Siloé, resurgía hoy en el salón.

Próximo a cumplir ochenta años, silueteado por las memorias de su poesía, su desbordante empatía y su militancia, su recuerdo llenaba el lugar de una energía casi biográfica.

Allí no se celebró un guerrillero, sino un portador de afectos; no se evocó una estrategia armada, sino una utopía que superaba la estrategia: la política sensible, el “Hombre Nuevo” que había planteado ser posible en la carta a Vera.

Aunque lo asesinaron el 6 de abril de 1989, el homenaje teóricamente conmemoró sus ochenta años —no su muerte prematura— que habría celebrado el 17 de julio de 2024, si viviera.

Darío Villamizar (1995), un historiador, cuenta que Afranio, junto a dos compañeros —Mauricio Cortés y Silverio Rodríguez— fue detenido por la Policía en el sector de Lucero Alto, en Ciudad Bolívar. Fueron llevados inicialmente al CAI de Vista Hermosa, golpeados y luego conducidos a una estación policial. Posteriormente, sus cuerpos sin vida fueron hallados alrededor de las 4 p. m. en un basurero junto a la vía que lleva a Villavicencio, presentando signos de violencia física y heridas de bala. Aquel 19 será. Una histroia del M-19, de sus hombres y sus gestas. Un relato entre la guerra, la negociación y la paz.

En cambio, se celebró un cumpleaños metafórico de su leyenda vital: un reconocimiento a quien comprendía que la política sin afectos es polvo seco, y que el profundo tejido emocional y cultural pudo sostener una lucha hasta en el infierno de la guerra.

Se recordó la carta que escribió alias «Jaguar» al corazón político, titulada «La política y los afectos» la aparente frialdad teórica de su carta a Vera Grave en septiembre de 1987 —donde habla de “política como el arte de hacer amigos”, de “atracción apasionada” y de la “Edad del Cuarzo”— encuentra hoy en aquel espacio público su mejor testimonio vivo.

Afranio ya había articulado esta visión en entrevistas y documentos del M‑19, donde vincula afecto y movilización social: “en nosotros funciona mucho el afecto… por eso yo hablo de que en el M nos une una atracción apasionada, y planteo … la política de los afectos».

No era mero concepto: era carne, era voz y era compromiso.

La coherencia entre sentimiento y acción que Afranio encarnó se convierte en fiesta de vida prolongada por la palabra, la emoción y la esperanza.

Este reencuentro con la memoria de hace “ochenta años” sirvió para reafirmar lo que Afranio defendía: que la atracción apasionada puede redimir, resistir y reconciliar.

Y que en Colombia, todavía late con fuerza esa promesa de un diálogo humano-político que vincula identidad, historia y futuro.

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