Arcadas sin amos, andamios sin órdenes: el San Juan se libera

Anduve por aquellos pasillos donde el silencio se había hecho costumbre, allí donde el eco solía responder al llanto y al alarido de urgencias. Fue en la tarde del 26 de octubre del 2024, bajo una luz que ya se inclinaba hacia el crepúsculo, cuando me adentré en el complejo del Hospital Universitario San Juan de Dios —un corazón social que palpita desde hace 4 siglos en Bogotá— celular en mano, testigo de un instante de transición entre lo que fue y lo que aspira a ser.

I. Memoria de piedra y susurro de muros

Desde 1564 –cuando Juan de los Barrios donó su casa para levantar el germen de este hospital–, hasta hoy, cada ladrillo ha guardado un fragmento de vida.Caminé sobre losetas que han conocido soldados heridos, niños que recién llegaban al mundo, mujeres exhaustas y enfermos anónimos a quienes no se les pidió carnet.

En la descarnada quietud de los pabellones abandonados, las paredes parecían susurrar: “aquí se ha sufrido, se ha curado y estudiado, aquí se ha llorado y se ha reído”.

Y allí estaban las grietas, las ventanas tapiadas, los jardines silentes: vestigios de un abandono que no era solo de infraestructura, sino de memoria. Pero también los andamios, las vigas metálicas, los planos desplegados sobre carteles enormes: señales de una inminente restitución. En el flanco de lo viejo y lo nuevo se alzaba una tensión hermosa: entre el cuerpo leproso del pasado y el organismo que se rehace para el futuro.

II. Un rito colectivo con cámara en mano

No fui sola. Más de ciento cuarenta personas —fotógrafos amateurs, vecinos curiosos, estudiantes de medicina, ciudadanos de paso— empuñamos cámaras y celulares en la maratón “El San Juan en tu lente”. Capturamos más de 330 imágenes, de las cuales sesenta serán preservadas en un libro. Fue un rito: cada click una invocación, cada encuadre un acto de apropiación.

III. Anatomía de un renacer

La inversión estimada para los años 2026 a 2034 ronda los 1,61 billones de pesos. No es solo un dato; es un latido nuevo en el pecho de la ciudad. Vi los planos de urbanismo y espacio público, los bloques nuevos proyectados, el reforzamiento estructural de la torre central que se eleva como testigo silencioso de los modernos retos de la salud pública.

Caminé por un corredor mientras el sol entraba rasante, iluminando las huellas de tiempo y renacimiento: una torre de ascensores abandonada, un pabellón de cirugía con las ventanas rotas, un jardín de convalecientes para los que la ciudad olvidó. Y luego, al fondo, la promesa: ese hospital volverá a servir, a formar médicos, a atender sin importar la tarjeta, a ser un símbolo activo, no un mausoleo de la medicina.

IV. Lo que las imágenes no dicen… pero sugieren

Mientras levantaba el celular, pensé en los estudiantes que una vez aquí aprendieron anatomía en las habitaciones que hoy están vacías. En los pacientes que ingresaron sin seguro, sin nombre, solo con dolor y esperanza. En los arquitectos que debaten si conservarán o demolerán la torre de los años cincuenta —o si ese símbolo también pertenece al relato-patrimonio.

Las grietas no son solo físicas. Son huellas de abandono, de transición de un modelo de salud, de un país que se alejó por un tiempo de su obligación pública. Las contrahuellas, las ventanas tapiadas, los jardines secos: hablan de un hospital que fue faro y se apagó. Y al mismo tiempo, del hospital que será: faro que se reactiva.

V. Mi última imagen antes de salir

Al salir del recinto, bajé el celular y miré largo rato la fachada neoclásica que aún conserva su dignidad, aunque el lustre ya esté gastado. Pensé en el barrio que circunda el hospital, en el bullicio de los vendedores de vicio, en los viejos que recuerdan: “aquí nacían los médicos”, ahora el microtráfico, el abandono de cientos de desplazados que circulan fuera de la institucióm más emblemática de salud que guarda una torre central y simboliza la modernidad médica en Colombia.

Salí convencida de esto: lo que estamos presenciando no es solo la rehabilitación de un hospital, sino la reconstrucción de un imaginario. Barrio, ciudad, país, juntos. Una institución que atendió pobres, estudiantes, campesinos, soldados —un hospital que no olvidó a quienes otros hospitales quizás olvidaban— se levanta de nuevo.

Al ver un ala que ya muestra el brillo de una restauración, enfoqué la cámara del celular y deslice el botón para capturar una arcada neoclásica, labrada en mármol viejo, medio oculta por los escombros. El director de la estrategia de recuperación Mario Hernández me confirmó lo que veía, lo dijo de paso —nos encontramos casualmente a las afueras del hospital el 25 de octubre del 2025— mientras los andamios y las fachadas alzaban su frente restaurada: no se trata solo de rehabilitar edificios, sino de devolver dignidad.

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