Carlos David Contreras (Bogotá, 1985). Profesional en estudios literarios de la Pontificia Universidad Javeriana (2010) y Magíster en escrituras creativas de la Universidad Nacional de Colombia (2016). Poemas suyos han sido publicados en las antologías De vetustate (Biblioteca Libanense de Cultura (1° edición) y Domingo Atrasado (2° edición), 2016) por Celedonio Orjuela, Hilo de palabras: Cuaderno de Escrituras Creativas (Universidad Nacional de Colombia, 2019) y Pecados Capitales (Ediciones Exilio, 2019) y las revistas Ulrika, Luna Nueva y Letralia. Sobres sin carta (2017) de la editorial Piedra de Toque es su primera obra.
Fotografía: María Angélica Contreras C.
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Algunas razones para escribir
Escribo para borrar las obsesiones,
soportar el puente donde mi ego camina
y librarme de espirales.
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Escribo porque desconozco
la lógica del Arquitecto,
no hay señales de tráfico.
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Escribo lo que no entiendo,
el poema es un hermoso sobre sin carta
extraviado en el viejo sistema de correos.
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Escribo solo líneas
porque lo pequeño es abarcable
para el peatón.
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Escribo como
el narciso natural viéndose en los charcos,
mientras la ciudad transcurre.
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Escribo como nunca hablo,
giro de palabras que desdeña el manoseo
y el canje cotidiano.
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Escribo las obsesiones,
bocetos en el laberinto de la ciudad
gente, sombras y reflejos.
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Escribo para volver a mí.
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Los rieles de la sabana
Duermen oxidados los rieles de la sabana
oxidados bajo la niebla matutina.
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Duermen como olvidados reptiles
que guardan el tímido calor reflejado.
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Poco los despierta el sol frío de la cordillera.
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Duermen los rieles una espera
de trenes que no volverán o nunca conocieron.
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Fueron una promesa de camino,
directrices hacia el horizonte.
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Pero ahora son a la mirada
unas líneas de fuga sin brillo
tristes y rectas.
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Se desconoce el destino de su letargo,
si tienen sueños que evaden su corrosión.
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¿Cómo son los sueños del metal?
Duermen oxidados los rieles.
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A veces despiertan
y son serpientes capaces de ondularse
y abandonar la trayectoria.
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A veces despiertan
y el tren turístico pasa por su espalda
en viaje a las catedrales de sal.
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Desean dormir de nuevo
en espera de un tren vital y más necesario
que no pasa desde la jubilación de sus hermanos,
los demás rieles levantados.
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Son ahora una atracción,
un tren de juguete para niños de todas las edades.
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Duermen oxidados los rieles.
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Y si pudieras preguntar,
prefieren los días nublados.
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Pero no contestan,
siempre viven en otro lado.
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La sospecha
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En el paisaje
de colores reunidos
son los sonidos que tejen objetos
una constante sinfonía
frente a los ojos.
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Sosegados
nos vemos esperar
en nuestro cuerpo
las caricias de lo bello.
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Creemos que amanece
en nuestros ojos
y lo que habitamos
es una sombra constante.
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Ignorar
es nuestra residencia.
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De vez en cuando
los colores de la escena
retumban
por un movimiento de luz
sospechoso,
en una vibración,
una sombra fuera de lugar,
en un bastonazo ciego.
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¿Nos hemos preguntado
quién es
el pintor de este paisaje?
Ignorar
es nuestra feroz residencia.
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Siempre hay alguien
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Siempre hay alguien en la ciudad
que se está asfixiando dentro de un cubo.
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Un cualquiera sin ancla ni raíces, que a veces piensa
que los cuchillos son más bellos que los bolígrafos.
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Siempre alguien que no se halla en el escritorio
o en su silla giratoria.
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Alguien que delira con un hacha sin sentido
y en sus noches merodea la misma ruta.
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Alguien que va al cine a soñar lo que pudo ser.