DANIELA LESMES. (Bogotá, 1998). Ha participado de diversos talleres literarios. Finalista y ganadora de concursos literarios juveniles, razón por la que ha dedicado los últimos años a escribir de manera compulsiva. Recientemente se le ha convocado a lecturas, festivales de poesía y publicaciones literarias de cuento y poesía. Se incluyó en la antología Depredación, de la Editorial Seshat. Estudió en la Universidad Pedagógica Nacional y actualmente estudia Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana en la Universidad Gran Colombia.
***
Una madre dulce tejía trenzas
cosía las ropas viejas
acercaba la taza de sopa a la cama cuando el corazón dolía.
tan solo cuando vi la ventana vacía, sin su silueta angelical
entendí que la vida raspa y quema
esta mañana ya no hay café
en esta vida ya no hay alegría.
.
.
.
.
El día que me fui de casa mi abuela me llevo a la vieja panadería del barrio y me compro una galleta de chocolate con maní, quizás no tenía las palabras para decirme que me iba a extrañar y yo por mi parte tampoco era capaz de despedirme, está fue la manera más hermosa que mi abuela tuvo para demostrar que los perros no tienen siempre cuatro patas, o que uno más uno no siempre da dos.
Sus pasos silenciosos parecían crear caminos de agua que recorrían la casa en las noches
En mi mente corria por estos pasillos una y otra vez, para terminar en las piernas de mi pequeña abuela que me cobijaba bajo sus alas
La abuela tiene la fórmula secreta para cocinar nubes, freír estrellas y reparar sonrisas
Su imagen angelical, aún se asoma a la ventana para darme la bendición.
.
.
.
.
Detesto hacer buenas combinaciones
Me gusta usar medias moradas cuando llevo puesta una camisa de flores verdes
Los momentos de mayor reflexión los vivo en un baño, con un cuarto de ron, par polas y medio de lucky stricke
Las noches se me escurren en minutos contados por un reloj de agua que se escucha al fondo de la tubería vieja del edificio
El olor a vómito no se disimula con una varita de incienso, por el contrario se vuelve más tedioso el guayabo, lo mejor es restregar el piso con jabón FAB y fabuloso olor a canela, como si fuera la propia conciencia de uno
Miro el sifón de la ducha y no entiendo como caben tantas lágrimas de hierro por esa rendija tan débil, que no se dobla ni un poco con tanto peso.
No entiendo como odiando a los policías accedí a tomar café con el hermano de un tombo, en este momento si me decepcione de mí y casi, puedo jurar, que me sentí tan decepcionada como mi madre al enterarse que yo quería ser poeta
Los domingos me gusta cocinar, para poder ir a los mercados y molestar viejitas por que no llevo sostén puesto o porque no se distinguir entre el tomate de guiso y el tomate de ensalada.
Cuando no quiero leer apilo los libros sobre el escritorio y me pongo a jugar máximas con un dadito pequeñito que me robe de algún lugar sin darme cuenta y así se me pasan las horas jugando a no leer leyendo, es algo así como vivir sin querer hacerlo, es como prender el televisor mientras reviso el celular esperando mensajitos e inventando conversaciones donde aún me quieres.
.
.
.
.
Detesto hacer buenas combinaciones
Me gusta usar medias moradas cuando llevo puesta una camisa de flores verdes
Los momentos de mayor reflexión los vivo en un baño, con un cuarto de ron, par polas y medio de lucky stricke
Las noches se me escurren en minutos contados por un reloj de agua que se escucha al fondo de la tubería vieja del edificio
El olor a vómito no se disimula con una varita de incienso, por el contrario se vuelve más tedioso el guayabo, lo mejor es restregar el piso con jabón FAB y fabuloso olor a canela, como si fuera la propia conciencia de uno
Miro el sifón de la ducha y no entiendo como caben tantas lágrimas de hierro por esa rendija tan débil, que no se dobla ni un poco con tanto peso.
No entiendo como odiando a los policías accedí a tomar café con el hermano de un tombo, en este momento si me decepcione de mí y casi, puedo jurar, que me sentí tan decepcionada como mi madre al enterarse que yo quería ser poeta
Los domingos me gusta cocinar, para poder ir a los mercados y molestar viejitas por que no llevo sostén puesto o porque no se distinguir entre el tomate de guiso y el tomate de ensalada.
Cuando no quiero leer apilo los libros sobre el escritorio y me pongo a jugar máximas con un dadito pequeñito que me robe de algún lugar sin darme cuenta y así se me pasan las horas jugando a no leer leyendo, es algo así como vivir sin querer hacerlo, es como prender el televisor mientras reviso el celular esperando mensajitos e inventando conversaciones donde aún me quieres.